En fila india
Sigo mandando mis más afectuosas intenciones de asesinato al vil individuo que creó ese molesto virus que pulula por mi PC. Es violento decirlo, pero creo que como no lo elimine ya tendré que ir mirando escopetas...
A lo que iba: Hoy he ido a una joyería para recoger una pulsera de plata que había dejado a soldar, y he montado un pollo. Un pollo cojonudo, para ser más exactos ¡Si es que hay personas que te enervan de una forma...! Claro, te ofuscas y las broncas te las llevas tú. Pero oigan la historia en primera persona: Una adolescente (servidora) entra en una joyería acompañada por una colega con la inocente y noble causa de recoger una pulsera regalo de su abnegado hermano. Pero héte aquí que se encuentra con el local repleto, como si se tratara del día de Regale una joya a sus familiares y amigos, y si no los tiene jódase. Bien.
Nuestra heroína y cía se sitúan en un discreto segundo plano a la espera de su turno, y mientras tanto captan los siguientes trozos de conversaciones:
-¡Huy, si es que esta cadena me hace papada! ¿Tú cómo lo ves, Charo?(...)-Yo lo que quiero son unos pendientes de diamante baratitos.(...)-¿Y no tienen bandejitas de plata de ésas de Los señores de Martínez tienen el placer de anunciar su boda?
Entretanto, nuestra intrépida protagonista observa por el rabillo del ojo cómo una señora de unos sesenta y pico inviernos (a juzgar por lo arrugado de su tez) y muy bajita irrumpe en el local agitando en su, de nuevo, arrugada mano, un reloj. A la antigua dama la acompaña un varón algo más joven que ella. La señora echa unas rápidas miradas en torno al lugar, reloj en ristre, y nuestra protagonista y cía se huelen que quiere colarse. Entonces toma una resolución al mismo tiempo que las llega el turno de ser atendidas.
Desde su metro ochenta de estatura, da un largo y ruidoso paso en dirección al mostrador, pero la vieja, en un alarde de juventud perdida, cual correcaminos (pero sin bip-bip) se planta delante de ella y le suelta al dependiente:
-Te dejo este rejoj para ponerle pila y le vengo a recoger el lunes.
Nuestra heroína se cabrea sobremanera y le dice a la coronilla de la mujer:
-Pues menos mal que sabemos guardar cola, es que hay cada sinvergüenza que pa' que...
El mozo acompañante de la usurpadora se pone más rojo que la bombilla de un puticlub y abre y cierra la boca tratando de decir algo, pero falla en el intento. La anciana dama hace como que da un respingo (cosa muy peligrosa a su edad) y sigue a su bola como que no se entera, mientras su acompañante se va acojonando ante la furia de nuestra narradora.
Al final, la señora decide salir del local, justo a tiempo de salvar su gastada vida, seguida por el pobre y avergonzado hombre, mientras nuestra protagonista farfulla cosas ininteligibles, de las que se captan sólo frases tales como "Váyase al bingo" o "Tendrá morro la tía"
Vamos, que tampoco monté un pollo, pero no fue por falta de ganas, no...
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