viernes, 20 de noviembre de 2009

Gran blanco

... Crees que no hago más que dar vueltas a esta cruel pecera en la que me mantienes preso. Sonríes mientras nado de un lado a otro. No entiendes que no soy feliz aquí. Por mis venas corre el río y aquí estoy; ahogado de claustrofobia. Condenado por mi belleza a servirte de cuadro viviente.
No insistas; no voy a seguir la senda que tus sucios dedos trazan sobre el cristal. Tu comida flotante me da asco. Te odio a ti y al puto cofre del tesoro de plástico.
A cada día que pasa estoy un poco más loco y me golpeo con más fuerza contra el vidrio. No te rías, cabrón; mejor tiembla. Soy un pez sin memoria de ídem.
Y sobrevivo imaginando ser un gran blanco.
Mentalmente paso de Carassius auratus a Carcharodon carcharias. Soy todo dientes. Soy el superpredador perfecto y mi presa habitual.
Mis escamas de colores son ahora gris carne de lija. Mi aspecto primitivo acojona a la perfección. Te devoro con mis ojos negros y fríos. Mi línea lateral va a localizarte estés donde estés. Tengo una montaña de músculos anudados a mis huesos de cartílago. Y te juro que te lo vas a hacer encima cuando veas mi triángulo de la muerte.
Mis dos hileras de dientes van a masticarte. Y después le llegará el turno a las de repuesto.
Ñam.
Esta entrada surge de mi amor incondicional por el tiburón blanco -una auténtica obra de arte de la naturaleza. Y de la profunda pena que siento hacia los peces de colores encerrados en cárceles de cristal.