Sí amigos, sí. Hablemos de las peluqueras, esa terrible especie cruel y de alma malvada que convive entre nosotros día a día... (ti-to-ta-ti-to-tí, música de Cuarto Milenio)
Ellas tienen el poder de hundirte en la miseria -si deciden que "cortarte las puntas, para sanearte el pelo, cariño" consiste en pegarte un tijeretazo de padre y muy señor mío, que te chafan en un segundo la labor de estar atiborrándote a fruta y verdura (sin Knorr Vie ni mariconadas de ésas) para que el pelo te crezca más rápido -y poder lucir así una melena gata-salvaje, miau. Y es que ellas tienen un sistema métrico más raro que las putas pulgadas inglesas. Para ellas, "las puntas" son "despídete de tu hasta entonces larguísima melena, y entérate de que disfruto con ello, mwahahahah", y "un par de dedos" lo son... pero en sentido vertical. Serán zorras...
Además tienen una obsesión enfermiza con las mechas, ese diabólico invento que usan para hacerte esclava de sus tintes y potingües, seguramente hechos con grasa de niño, barba de House y pelo de sobaco de gallina diabética -a lo Jean-Baptiste Grenouille, vaya- a juzgar por el hedor que despiden. Y están obsesionadas con que las mechas sean rubias, para mí que se perdieron el capítulo de Barrio Sésamo de los colores, y se quedaron atascadas en el amarillo. O eso, o están obsesionadas con el Yélou submarín de los Bítels.
El otro día, reprimiendo un terrible espanto y pavor, acudí a someterme a una de sus sesiones de tortura -que esa es otra, porque todas las putadas que encajas en una peluquería son porque tú quieres- porque quería ponerme unas mechas de colores fuertes.
Horror.
Fue decir esa palabra maldita y cayó un trueno, el cielo se partió en dos, las estatuas de la Virgen lloraron sangre -pillamos la escenita, ¿no?- Vamos, que a la mujer se la encendió una lucecilla satánica en la mirada mientras estudiaba con una voracidad mal disimulada las múltiples posibilidades de tortura que la melena rizada hasta media espalda de una servidora le ofrecía.
(Tragué dos océanos de saliva)
Me ofreció sentarme en un sillón -mi mente se lo imaginó con correas, pinchos y electrodos a lo silla eléctrica genuina made in USA- mientras ella "preparaba el tinte" Cogí una revista de cotilleo, para intentar no pensar en mis inminentes desgracias. Lamenté no haberle pedido una estampita de San Antón a mi abuela o algo así. Toda mi vida pasó ante mis ojos en un segundo. Comencé a escribir testamento -legando mis posesiones íntegras al coro de traqueotomizados de León- en la suela de mi zapato... cuando mi verdugo llegó.
Traía un cuenco que, por no perder la tradición, olía a mierda en potencia. El mejunje que contenía era azul bilioso, viscoso como la mayonesa -¿mayonesa en el pelo? ¡mamá, miedo!- Dijo que mi base era oscura, así que tenía que aplicarme un "decolorante, nada fuerte, no te preocupes" Asentí. Y me preocupé.
La muy hija de puta mintió como una bellaca. Me dejó unas cuantas mechas de color rubio oxigenado, ese color que tanto detesto si es artificial. Pero no me dejó protestar. Me puso un plástico al cuello y comenzó a aplicar tinte con la alegría del niño que quema hormiguitas con una lupa. Yo veía un violeta intenso y azul -por lo menos respetó los colores que yo quería- y también los churretones que, en su éxtasis, dejaba en mi frente. Así que me quedé azul como un pitufo mientras ella -será vaga- me pedía que contase un cuarto de hora para que se absorbiera el tinte (que parecía témpera)
Conté los minutos, lentos como los del reo a muerte que espera que se cumpla su sentencia. Y ella vino de nuevo, sonriente pero menos -la prohibí cortarme el pelo, y con ello la privé de su más macabro hobby, asesinar melenas- Me lavó el pelo para quitarme los restos de tinte con un agua más caliente que un tío después de ver El Bar Coyote. Me escaldó como un pollo, vaya.
Luego, con la cabeza al rojo vivo, me condujo al sillón maldito donde te peinan. Allí, medio bizqueando por el maldito foco enchufando directamente a mis pupilas, repetí por 567ª vez QUE NO, COJONES, NO QUIERO QUE ME ALISES EL PELO AUNQUE LO TENGA RIZADO, ¿TAN DIFÍCIL ES ESO DE ENTENDER? LISO CACA, NO ME GUSTA ¡NO-TE-ATREVAS-A-ALISÁRMELO, MALDITA-FAN-DE-JENNIFER-ANNISTON!
Uf,
qué a gusto me he quedado. La mujer
pareció entender, pero aún in
sistió
una última vez -en cuanto me saqué el
Kalashnikov de la mochila lo captó, es que soy
la mar de persuasiva- Al final me dejó mi pelo como es,
rizado natural, y vi que las mechas no me habían quedado
nada mal, tan
cantosas como yo quería. Aquí podéis ver el
flequillo, que es
violeta. Luego tengo otras de color
azul eléctrico (¡zas!)... Vale, me he pasado un poco. En el fondo no son tan malas, perversas y/o sádicas... 3 millones de euros invertidos en psicólogos debido a sus "ocasionales" chapuzas -serán zorras- no está mal... Pero que nada mal...