El otro día me regalaron un bolígrafo bastante peculiar. Además de pintar (lo cual ya es un punto), es bastante pequeño y tiene forma alargada. Digamos que parece un consolador talla Pulgarcito pero no lo es.
Viene en una caja donde un rimbombante folleto te jura y te perjura por un bocata de Sugus que el instrumento gráfico que tienes entre las zarpas es igualito al que los astronautas de la N.A.S.A. llevan en sus misiones al espacio exterior. Guau. Te sientes hasta importante.
Luego te suelta un rollo macabeo: que si es excepcionalmente resistente, que si pinta sobre superficies grasas (apuesto a que no pinta sobre la nariz de un adolescente) o húmedas (aquí mejor no apuesto nada, aunque habría que ver al boli este pintando sobre las axilas de Camacho), que si su trazo es extremadamente fluido, que si esto, que si lo otro...
Para resumir:
Los inteligentes americanos se gastaron tropecientos millones de dólares en desarrollar un puto boli que en condiciones de no gravedad pintara, llevando a cabo cientos de carísimas pruebas en vuelos a grandes altitudes (donde no hay gravedad por unos segundos) y en cámaras que simulaban las condiciones del espacio, hasta que finalmente encontraron un complejo mecanismo a base de tinta presurizada a 2 atmósferas que satisafacía las necesidades de los susodichos astronautas.
Moraleja: Queridos americanos: haced como los rusos de la M.I.R. y llevaros lápices, coño.